Una vallisoletana se reencuentra con su hermana en Colombia 34 años después de ser separadas al nacer
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La erupción del volcán Nevado del Ruiz dejó un reguero de víctimas, de huérfanos y niños sin familia que fueron entregados en adopción.
Una tragedia las separó hace 34 años. Jenifer tenía tan solo una semana de vida. Ángela, apenas unos meses más. Eran hermanas (son hermanas) y lo han descubierto ahora, tanto tiempo después, por casualidad, cuando ninguna sabía de la existencia de la otra. Su historia compartida duró siete días. Y ninguna de ellas se acuerda, claro.
La partida de nacimiento dice que Jenifer llegó al mundo el 6 de noviembre de 1985, en Manizales, un pueblo de Colombia a la sombra del volcán Nevado del Ruiz. Unos días después, el 13, el monstruo de lava entró en erupción, arrasó el pueblo de Armero, provocó la muerte de 25.000 de sus 29.000 habitantes y las imágenes de la tragedia dieron la vuelta al mundo con una niña como protagonista: la pequeña Omayra, que falleció atrapada en el lodo, agarrada a un trozo de madera hasta el final.
Aquella catástrofe dejó un reguero de víctimas, de huérfanos, de niños sin familia que fueron entregados en adopción. «Mi padre falleció en la avalancha; mi madre, Dorian Tapasco, me entregó a una socorrista de Cruz Roja», rememora Jenifer. Eso es lo que figura en la documentación que las autoridades colombianas entregaron a José María y Juli, la pareja vallisoletana (él de Urueña, trabajador de Renault; ella, de San Pedro de Latarce) que adoptó, con todos los trámites en regla, a la más pequeña de las hermanas. La mayor fue acogida por una familia colombiana. Separadas por toneladas de ceniza sin saber la una de la otra. «Mis padres me dicen que si lo llegan a saber, nos habrían adoptado a las dos».
Se crió Jenifer en Valladolid, en el barrio de Covaresa. Estudió en el colegio Padre Usera, luego en el Ave María. Después, Periodismo en la Universidad Miguel de Cervantes. Ahora, prepara el documental ‘Hija del volcán’, en el que cuenta su historia. «Mis padres lo han hecho todo tan bien… Siempre. Me contaron que era adoptada. Me han apoyado en todo momento. Porque siempre he sentido la necesidad de saber de dónde venía», explica Jenifer. «Yo me he criado con mis primas. Y claro, físicamente éramos muy diferentes. También en el colegio, aunque nunca he tenido problemas con los amigos. Es verdad que era más blanca de piel y me decían que si venía de China, de Filipinas… Y contestaba: no, que soy de Valladolid». Y con raíces colombianas.
Cuenta Jenifer que empezó a investigar su pasado a través de Internet. Que supo de la existencia de la Fundación Armando Armero, entidad que apoya a cientos de personas (hay 543 casos abiertos) a encontrar a sus familias biológicas, con una enorme base de datos de ADN que recoge material genético de los que entonces fueron niños dados en adopción (en países como EEUU, Holanda, Francia, Italia…) y de los colombianos cuyas familias fueron destrozadas por la erupción del volcán. «Hace tres años fui por primera vez a Colombia para entrevistarme con Francisco González, de la fundación.
Me di cuenta de lo grave de aquella situación, de la enorme cantidad de niños adoptados. El Gobierno colombiano no nos ayuda. Y decidí preparar un documental». Un día, en Madrid (donde trabaja Jenifer) trasteando por Internet, descubrió que había otra mujer que buscaba información sobre Dorian Tapasco, el nombre que figuraba como su madre biológica. «Al principio pensé que no podía ser tanta casualidad, que sería un nombre tipo que se usaba en los documentos».
Puesta en contacto con aquella mujer, con Ángela, adoptada en un hogar colombiano, empezó a hacerse a la idea de que podía ser su hermana. Las pruebas de ADN lo han confirmado. Ayer, en Colombia, las dos hermanas, las hijas del volcán, se dieron un abrazo, juntas al